De ella aprendió la dulzura, la certeza de que nada es
eterno, la capacidad de amar y enseñar a hacerlo, de reinventar con un nuevo
sol cada momento.
Consiguió aplicar la química y las matemáticas a la vida,
crear un pequeño universo mientras recorrían el camino de la montaña y el viento se enredaba en sus manos y en su pelo. Tocar el cielo.
Supo, mientras la brisa del mar agitaba suavemente las
cortinas de su casa, que con ella había descubierto el amor. Un amor hecho de
sonrisas, de palabras, de suspiros y de adiós.
Un amor que se le había pegado a la piel.
Un amor que se había pegado a la piel.
ResponderEliminarQué maravilla, me ha encantado querida María.
Un abrazo muy grande.
Querida Luisa,
ResponderEliminarNo soy capaz de hacerlo con tu bellísima poesía, pero así es como debe ser el amor, creo.
Un abrazo grande, grande