Nada había
cambiado, Ulises se vio de nuevo frente a la inmensidad del mar.
La luna
dejaba una estela plateada marcando aquel camino que le llevaría de nuevo a
Itaca.
Muchas lunas
le habían iluminado y muchas estelas había recorrido para volverla a encontrar,
pero de nuevo otros cantos de sirenas le retenían y la inquietud como un veneno
administrado gota a gota, le impedía regresar.
Cerró sus
ojos mientras la brisa salada se enredaba entre su pelo y soñó que no era un
héroe.
Soñó que no era el adalid de todos aquellos que buscan su destino y no
lo encuentran, de todos los que persiguen sus Itacas privadas, de todos los que
la han imaginado como un paraíso.
Soñó que la
primavera le encontraba en su casa, debajo de los almendros, viendo como
Penélope tejía un tapiz en forma de sueño.
Soñó que los
álamos perdían sus hojas otoño tras otoño formando pequeños montones de hojas
secas que susurraban un nombre.
Soñó que las
primeras nieves del invierno cubrían su cabeza y las ancianas en los posos
leían su destino. El destino de los dos.
Abrió los
ojos y sólo vio un mar vigilante, tenso. Olas de plata, marcando caminos
de agua se abrían frente a él y sobre ellas la llamada de su destino. La
búsqueda, la soledad. El destino de un héroe. La luna le miraba desde su fría
blancura y Ulises inclinando la cabeza... dejó de soñar.
Muy bien, María y no dejes de soñar.
ResponderEliminarNo, no lo haré maxfridmann, nunca dejaré de soñar. Te diría que en ello me va la vida. Un abrazo.
ResponderEliminarAcogedor espacio, María. Es una nueva proyección tuya en el que entraré con frecuencia. Un besazo.
ResponderEliminarFeli
Y yo espero compartirlo contigo, como hacemos con gran parte de "nuestras cosas". Otro besazo.
ResponderEliminarSueños hermosos, de libertad.
ResponderEliminarSí, querida Mar, la libertad siempre es un sueño muy hermoso que tenemos que perseguir. Un abrazo inmenso.
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